SOFÍA, LA REINA HUMANA Y HUMILDE


Caer en el tópico de la profesionalidad con que Su Majestad la Reina consorte Doña Sofía ha actuado durante estos últimos 39 años, sería repetitivo y por tanto superfluo.

Destacaremos aquí otras cuestiones que se intuyen en la que hasta ahora ha sido nuestra Reina y que se han comentado poco desde mi punto de vista, quizá por ocuparnos directamente de la “Reina” olvidándonos de la “persona”.

Si cierro los ojos y pienso en nuestra Reina, lo que más prima por sus gestos no mediáticos es que, de no haber sacrificado todo por la Corona, hubiera disfrutado muchísimo de sus hijos y sobre todo, como no podía ser de otra manera, de sus nietos. La hemos visto en muchos momentos, jugando tiempo atrás con sus hijos y atendiendo desde hace algunos años a sus nietos.

La sensación es que no lo ha podido disfrutar plenamente por las obligaciones reales. Percibimos la imagen de una Reina que transmite en sus apariciones públicas momentos de máxima alegría solo cuando algo tenía que ver con su hijo, o con algún miembro de su familia. Vienen a la cabeza tantas veces de disfrute lleno de orgullo el palco del teatro Campoamor, viendo a su hijo presidir los premios Príncipe de Asturias; o aquellas imágenes de la apertura de los Juegos Olímpicos de Barcelona’92 con Felipe de abanderado, sintiendo la felicidad de madre mucho más que la de Reina.

Es verdad que transmite seriedad, pero siempre con una serena sonrisa destilando humanidad. Humanidad, como debe ser; totalmente sincera. No solo en los momentos de alegría, sino en los de tristeza también. Recordemos la lágrima suelta a raudales en el funeral de su suegro, Don Juan, el Conde de Barcelona.

Pero la Reina también da ternura, la verdad. La ternura solo se transmite desde la humanidad.

El sentimiento percibido es de resignación serena por no haber podido mantener un anonimato imposible por la cuna de la que procede, pero sobre todo por no haber podido mantener una relación con su familia como la de cualquier otro, una relación normal y corriente.

Sin embargo, es de resaltar la paradoja y el mérito que le achaco de llevar esa “tristeza” a cuestas como algo que permanece, como algo inevitable pero -asumiendo esa circunstancia- haciéndolo de manera alegre. No ha permitido que en ningún momento se nublase la actuación impecable que le demandaban las funciones asumidas, desarrollándolas a la perfección y desde luego ayudando al Monarca a realizar su labor de Estado y sobre todo de cercanía al pueblo.

La pregunta es ¿existiría el “Juancarlismo” sin la “seriedad” de la Reina Sofía? ¿O se habría caído en que esa simpatía desembocaba en algo frugal y sin contenido? Ahí lo dejo para la reflexión del lector.

Otra cuestión que me llama la atención es su humildad. Es una persona humilde. Todos hemos alabado alguna vez los indudables servicios que el Rey Juan Carlos I ha prestado a la Nación, pero nadie ha nombrado siquiera que ella estaba a su lado.

Ella ha trabajado sin parar, pero sin ningún aspaviento. Todo para el Monarca, que era quien importaba. Ha estado a las duras y a las maduras.

Siempre estaba cuando tenía que estar pero no se la notaba, permitiendo y potenciando esa catarata de energía y simpatía que transmite el Rey de manera natural en cualquier encuentro y que le ha generado tanta aceptación. Pero ella, ahí estaba. Siempre. Con su tristeza y su seriedad, pero haciendo que nadie hablase de ello.

No estoy de acuerdo con los que dicen que en la Familia Real hay miembros más Borbón (Don Juan Carlos y Doña Elena) simpáticos, alegres, dicharacheros, cercanos, etc. y hay miembros Grecia (Doña Sofía y Don Felipe) serios, anodinos, ásperos… No estoy de acuerdo.

La última vez que me encontré con ella, tuvo unos toques de humor espléndidos, sin dejar traslucir su tristeza, con mucho humor. “Ah, ¿ustedes son de protocolo? ¡Qué difícil es eso! Tienen que gestionar las vanidades y controlar los empujones de todos por situarse”, decía la Reina con una sonrisa a las alumnas de la Escuela Internacional de Protocolo que, en prácticas, habían participado en el acto.

Siempre con la palabra adecuada para cada uno, ganándose el respeto y la simpatía de todos con su sola presencia.

He tenido la suerte de coincidir Su Majestad en varios eventos a los que ha acudido apoyando su acción institucional y siempre, desde la distancia, la he visto triste, con humor, pero triste. Pero por encima de todo y sobre todo, realizando su función con un aplomo, naturalidad y rigurosidad que me han encandilado.

¡A sus pies, Señora!

Gerardo Correas
Presidente de la Escuela Internacional de Protocolo