La Educación Social: Aclarando términos «Lo correcto y lo Incorrecto»


En la Escuela Internacional de Protocolo, hemos luchado durante años, y seguiremos haciéndolo, por diferenciar claramente el saber estar como técnica protocolaria para conseguir una mejor imagen, de la trasnochada concepción del saber estar como una serie de normas de urbanidad en muchos casos totalmente anticuadas y obsoletas.

Las normas de convivencia, son normas abiertas y dinámicas, que se transforman con la sociedad y que deberían servir para mejorar las relaciones entre todos y no para lo contrario, cosa que ocurre cuando se ven sujetas a un corsé demasiado estricto y en muchas ocasiones sin ningún sentido.

Estas normas deberían sernos útiles a nosotros y no al revés. Es decir, no deberían ser elementos que nos esclavicen y hagan que no seamos nosotros mismos y nos comportemos de manera artificial. La naturalidad es fundamental para cualquier relación y desde luego, mejora notablemente las relaciones empresariales.

Además, muchas de las normas establecidas como “lo correcto” o lo “incorrecto”  no se pueden aplicar de una manera generalizada, ya que puede ser que lo que sea adecuado para un gran número de ocasiones, sea incluso ridículo aplicado a otros casos.

Por tanto, bajo nuestro punto de vista, las normas de educación social, se deben utilizar como una técnica más, siempre en beneficio del objetivo que se pretende conseguir con la organización del acto.

Esta máxima nos obliga a utilizar las normas de etiqueta con mucho sentido común y a adaptarlas al acto determinado en el que estamos, al lugar en el que se desarrolla, a las personas con las que lo compartimos, etc.

La clave está en conocer a la perfección las técnicas generales de comportamiento y etiqueta y, una vez sabidas, elegir en cada caso si queremos ceñirnos a ellas, teniendo en cuenta todos los factores. Ahí es donde uno se la juega, pero quien reflexiona y toma la decisión consciente de actuar de una manera determinada que va en contra de las normas, lo está haciendo bien y será la trascendencia lo que a la larga nos dirá si se ha equivocado o no.

En definitiva, uno puede acertar o equivocarse en la elección de su comportamiento, pero nunca por dejadez o desconocimiento de las normas generales.

La postura de la Escuela Internacional de Protocolo con respecto a estas cuestiones ha sido siempre muy clara: cada persona debe conocer perfectamente todas las normas básicas de comportamiento y etiqueta, para luego poder elegir la más adecuada a cada situación, haciéndose responsable de sus propias decisiones y buscando siempre potenciar su propia imagen, sin renunciar a su identidad e idiosincrasia.

Lo que se conoce por etiqueta no se centra exclusivamente en la forma de vestir, sino también en la imagen general que transmitimos en todo momento según nuestra manera de actuar, de hablar, de gesticular, el lenguaje que empleamos, etc.  Además, a la hora de elegir la vestimenta es importante que sea adecuada a la situación, pero también a la personalidad y el físico de cada uno, puesto que no a todo el mundo le quedan bien las mismas cosas. De igual manera, que un determinado atuendo nos siente estupendamente, no significa que podamos usarlo para cualquier ocasión.

En el mundo empresarial, hay que tener especial cuidado, ya que los errores pueden venir acompañados de un rechazo social que perjudicará a la empresa a la que estamos representando.

Hay una regla de oro que siempre debemos tener en cuenta: NO HAY NADA CORRECTO O INCORRECTO POR SI MISMO, sino que lo que puede ser correcto o incorrecto es la aplicación que hagamos de una determinada norma, para el sitio en el que nos encontremos, las personas que nos rodeen, la ceremonia en la que participemos, etc.

También hay que tener en cuenta que, como no podía ser de otra manera, las normas de etiqueta y saber estar han evolucionado sustancialmente en los últimos 50 años al igual que lo ha hecho la propia sociedad con sus costumbres y sus valores. Hay que saber adaptarse a los nuevos tiempos.

Para saber si una norma está anticuada u obsoleta valdrá con fijarnos en su utilidad y si es “de sentido común”. Salvo grandes excepciones, toda norma de educación social que vaya contra la lógica o sea del todo inútil, se puede considerar trasnochada y su aplicación puede incluso resultar ridícula. Por ejemplo, una norma que puede parecer obsoleta es la de que el hombre baje las escaleras por delante de la mujer. Esto se debe a que normalmente el hombre tendrá más fuerza para sostener a la mujer si ésta tropieza y cae sobre él que si fuera al contrario.

Por último, lo más importante a la hora de aplicar las normas del saber estar es respetar la voluntad del anfitrión. El invitado, por pura cortesía, se debe sentir obligado a respetar las normas fijadas por su anfitrión. En caso de que considere que éstas van en contra de sus principios, lo mejor, antes de acudir e incumplir las normas, será declinar la invitación.

La tolerancia: fundamento de la educación social

Según el diccionario de la Real Academia Española de la Lengua, la tolerancia es el «respeto hacia las opiniones prácticas de los demás, aunque no estén de acuerdo con las nuestras».

En la Escuela Internacional de Protocolo estamos convencidos de que la tolerancia es un pilar fundamental de la educación social y el saber estar. Creemos que es la base sobre la que deben apoyarse todas las demás normas sociales de conducta.

Es un concepto que funda su sentido y su razón de ser en el reconocimiento de las diferencias que existen entre los seres humanos, la diversidad de culturas, de religiones, de maneras de actuar, etc. Podemos decir que es una actitud esencial para vivir en sociedad. Bajo la máxima de la tolerancia, los modelos sociales y políticos que estructuran la convivencia de todas las personas, deben respetar la singularidad de cada uno, pero hay movimientos denominados uniformistas que pretenden más bien que todos pensemos de una determinada manera y, por tanto, no son un símbolo de tolerancia ni de saber estar.

Ser tolerante supone además creer que nadie tiene la verdad ni la razón absoluta. Es un medio necesario para conseguir el bien común, ya que, de alguna manera, supone una renuncia voluntaria a una parte de nuestros intereses personales.

Tolerar supone negociar y buscar la armonía, en definitiva, lo que realmente consideramos “saber estar y saber comportarse”.